«Cierto día, en Medjugorje, un peregrino croata se paseaba por un campo donde pastaba un rebaño de ovejas. ¡Cuál no fue su sorpresa al ver que el pastor maltrataba duramente a una de ellas y le quebraba una pata! El pobre animal balaba de tal manera que sus quejidos partían el corazón. Enojado ante semejante crueldad, este peregrino corrió hacia el pastor y lo increpó encolerizado: “¿Qué está haciendo? ¡Usted está loco! ¡Semejante crueldad!” Pero con gran calma el pastor le dijo: “¡Calma, calma! Tranquilícese. Sólo hago mi trabajo de pastor. Esta oveja, muy rebelde, se aleja siempre del rebaño lo que es muy peligroso para ella. Un día terminará por perderse y correrá el riesgo de morir entre rocas y arbustos espinosos. Le quebré una pata para que no pueda caminar durante algún tiempo y lo he hecho a propósito. Ahora voy a cargarla sobre mis hombros y así se familiarizará conmigo y con mi voz. Luego, cuando ya esté curada, ya no se alejará más de mí”. El peregrino lamentó haber estado tan agresivo con el pastor porque comprendió que su propósito había sido el de salvar la vida de su oveja, aún a costa de una fractura.
“Soy el Pastor de las ovejas, nos dice Jesús. Quien me sigue no caminará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida”. El mensaje es claro, ¡es preferible el dolor momentáneo de una pata quebrada que alejarse del Pastor y perder la vida para siempre! Y si el coronavirus fuera la ocasión de rever nuestra manera de pensar y nuestra forma de vida, podríamos ver en ello un mal menor porque el mayor drama es que la humanidad continúa extraviada, lejos de nuestro Divino Pastor, el único que tiene palabras de vida eterna. Sólo Él ha dado la vida por sus ovejas, ha pagado el rescate de nuestra salvación ¡y a qué precio! Por SUS heridas hemos sido sanados. No queremos seguir buscando la felicidad allí donde precisamente se pierde.
Sí, ¡junto al martillo que golpea y hiere se encuentra siempre la mano del Pastor que sana!»