«En estos días que preceden la Navidad, no puedo dejar de imaginarme al Niño Jesús en el seno de su Mamá. ¿Qué vivirían madre e hijo? ¿Qué experimentarían? Por supuesto, todo esto permanece en secreto. Pero vivir en el seno de María, la toda pura, la toda amante, la toda llena del Espíritu Santo, ¿no es acaso vivir el Cielo en la Tierra? Jesús nunca ha estado tan en seguridad como en el seno de María, así como el Hijo divino que es en el seno de su Padre!

Durante su crecimiento físico en el seno materno, el niño “extrae” de la sangre de su madre todo cuanto necesita para formarse. Dulce pero eficientemente, se provee de los elementos que le son necesarios y vitales surtiéndose en la sangre de su madre de los minerales, las vitaminas, el oxígeno, las proteínas, glúcidos, lípidos, lactosa, Omega, etc. ¡Cuánta sabiduría desplegada en nuestra naturaleza!

Pero lo que el niño tomará de su madre va mucho más allá de todos estos elementos físicos. Misteriosamente, gracias a su conciencia de amor, vibrará con ella y percibirá lo que sucede en su corazón y en su espíritu. ¡Si las madres supieran la influencia trascendental pueden tener en su niño por nacer…!”

Y María, ¿cómo vivía la espera de su Niño escondido en Ella como en el más bello tabernáculo del mundo? Ella se brindaba por entero y no dejaba de orar, enteramente recogida ante el misterio divino que llevaba en sí misma. Desde el momento de la concepción de Jesús comenzó un diálogo ininterrumpido con Él, diálogo que continua hoy en día y se perpetuará por toda la eternidad. El Magnificat da testimonio de ello, cantado en casa de su prima Isabel apenas unos días después de la Anunciación.

Y nosotros, los hijos que Jesús le ha dado en la Cruz, ¿cuál es nuestra parte en la maternidad de la Virgen? Nosotros, que hemos nacido de una madre que tenía cualidades y defectos que le eran propios, con sus ternuras y faltas de ternura… Un mensaje nos aclara y nos maravilla. María nos dice en Medjugorje: “Queridos hijos, ¡los amo a cada uno de ustedes tanto como amo a mi Hijo Jesús!” Y también: “Queridos hijos, así como llevé al Niño Jesús en mi seno, de igual forma deseo llevarlos a cada uno de ustedes por el camino de la salvación”. (25-03-1990)

En una de sus homilías, san Bernardo de Claraval desarrolla este bello pensamiento: mientras estamos en la Tierra, aún no hemos nacido. Nacemos una vez que entramos al Cielo. En la Tierra somos llevados en el seno de María. Si una simple madre tiene tanta influencia sobre el hijo que lleva en sus entrañas, ¡tratemos de hacernos una idea de lo que nos ofrece nuestra Madre Celestial cuando elegimos consagrarnos a Ella, es decir, pertenecerle por entero y vivir en Ella! ¡María pone a nuestra disposición todo lo que le pertenece! Su bondad, su amabilidad, su belleza, su paz, su amor, su ternura, su fuerza, su valentía, su luz, su pureza, hasta su intimidad con el Padre en la que Ella nos introduce…

San Luis María G. de Montfort proclamaba: “¡Oh! ¡Qué felices somos cuando le hemos dado todo a María… Somos todo de María y María es toda nuestra!” (§ 179 del Tratado de la Verdadera Devoción) y Santa Teresita: “El tesoro de la madre le pertenece al hijo” Vivir en María es estar alimentado y protegido; así estamos a salvo de la mirada del enemigo y de sus ataques satánicos y él no puede destruirnos.»

© Children of Medjugorje del mes de diciembre de 2023

Sor Emmanuel

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