«En este “mes de María”, deseo contarles un hermoso testimonio sobre el increíble poder del Rosario; un hecho milagroso que me concierne personalmente porque se refiere a mi padre.
Durante la Segunda Guerra Mundial fue arrestado por la Gestapo por sus actividades en la Resistencia y fue deportado a Alemania. Su madre era viuda y mi padre, hijo único. Esta mujer de fe lo encomendó enteramente a la Virgen María a quien amaba mucho. La deportación duró tres largos años. ¿Qué hacía mi abuela, sin noticias? Desgranaba rosario tras rosario y creía con toda su alma que su hijo regresaría. Su confianza en la Virgen era inquebrantable. De los diez hombres detenidos junto con mi padre, él fue el único en volver a casa.
He aquí uno de los frutos más llamativos de esta incesante oración: cierto día en que mi padre estaba exhausto y hambriento como todos sus camaradas de detención, los guardias SS pidieron a los prisioneros que transportaran piedras de una cantera hasta un sitio en construcción. A cada prisionero se le asignó una piedra. Cuando mi padre vio la que le había sido atribuida, comprendió que su hora había llegado porque era imposible para él levantar aquel enorme peso. También sabía que, si no lo cargaba, entre los perros y las armas de los SS tenía la muerte asegurada, como ya había sucedido con otros prisioneros.
De pie, cerca de su piedra, en su angustia levantó la vista y vio una casa no lejos de allí. En la fachada había un nicho en el que había sido entronizada una estatua de la Virgen. Tan pronto vio la imagen, exclamó internamente: “¡María, sálvame!” En ese mismo instante, la pesada piedra se volvió muy liviana y mi padre nos decía: “¡Se había vuelto más ligera que un papel!”
¡Este hecho extraordinario de protección divina, entre otros, me permitió ver la luz del día! Mi padre nunca dejó de rezar su rosario todos los días. Siempre perdonó a aquellos que lo habían maltratado en los campos de concentración.»
© Children of Medjugorje del mes de mayo de 2025
