«Sólo tenemos una vida en la Tierra, y a veces es interesante imaginar la escena de nuestra llegada a la otra orilla, ante el Señor. ¿Cómo nos acogerá? ¿Quiénes seremos a sus ojos? ¿Qué destino nos ha preparado? Se cuenta que…Una mujer agonizaba, la pequeña Louisette del pueblo de XXX, y San Pedro la acompañó en la última y decisiva etapa de su vida. Ella sabía que cuando se encontrara cara a cara con Dios, toda su vida pasaría ante sus ojos como una película. También sabía que su destino final dependería de las decisiones que hubiera tomado libremente en la tierra.Llega al cielo y hace la cola con las demás almas para comparecer ante Dios. Desde lejos, ve a Jesús y oye su voz. El Señor abre los brazos de par en par ante el alma que está de pie delante de Él y alaba con alegría las virtudes de esa alma: «¡Entra en el Reino de tu Señor, alma elegida, tú que has sido una piedra viva en mi Iglesia, tú que has evangelizado a tantos de mis hijos y has trabajado tanto por mi gloria! Ahora te doy la felicidad eterna que mereces; ¡entra en mi Reino!La siguiente persona también es recibida con alegría por Jesús. Levanta los ojos al cielo y la abraza efusivamente. Después de cantar sus alabanzas, declara: «Ven, amada alma de Dios entra en el Reino de tu Señor, tú que tanto has hecho por darme a conocer, tú que has fundado escuelas y sembrado la fe en el corazón de tantos niños, tú que has hecho grandes cosas y acompañado a tantos moribundos a la casa del Padre… ¡Ven! ¡Entra al Reino preparado para tu gozo eterno!Las almas se suceden una tras otra ante Jesús y la mujer comienza a sentirse mal. Una terrible angustia la sobrecoge. «¡Pero yo no hice nada de esto! ¡nada! ¡No tengo nada para presentarle! ¡No tengo ninguna chance!» Y, con el corazón, encogido decide abandonar la cola.  Pero San Pedro la observa y la alcanza: «¡Tu sitio está aquí, no tengas miedo, ¡tienes que esperar tu turno!» Finalmente llega su turno, y allí está, delante de Jesús, temblando. Ella no se atreve a mirarlo y mantiene los ojos bajos, esperando el veredicto negativo sobre su persona. Está resignada. No ha hecho nada especial, Jesús no podrá alabarla por nada grande y es seguro de que no será invitada a unirse a todas aquellas almas santas que se han ganado el Cielo. Pero entonces, de repente, ¡siente las manos de Jesús sobre su cara! Él, que la creo, le levanta la cabeza y la mira largamente, con infinita ternura. Sonríe, y con alegría, exclama: «¡Ven, hija mía amada, ven! ¡Ven a mi Reino, al lugar y a la felicidad que mereces! ¡Ven, mi niña amada, entra en mi abrazo, tú, que planchaste 1.000 camisas con tanto amor! Cada parábola contiene una perla de valor… ¿La perla de esta parábola no es acaso la esperanza?»

© Children of Medjugorje del mes de agosto de 2024

Sor Emmanuel

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